Desde que era niña sabía que quería trabajar en algo que implicara diferentes culturas y diferentes idiomas. Lo que decidí estudiar a los 11 años fue Relaciones Internacionales. Esa idea se mantuvo fija en mi mente hasta que cumplí 17 años.
Ese verano me fui a París sola. Primero me quedé con una amiga, pero después me mudé al departamento de mi tío Petiso en el Quartier Latin. Tal vez decir departamento es demasiado ambicioso, realmente era un pequeño estudio con una cafetera, que con los años he llegado a la conclusión que nos odiaba.
Petiso estaba estudiando Pâtisserie en el Hotel Ritz. Debo de aceptar que fueron unas semanas deliciosas las que pasé con él, probando todas sus creaciones. En el Ritz, el chef tenía la costumbre de organizar demostraciones de comida francesa para turistas, en las que al final se realizaba una degustación de los platillos. Tengo que mencionar que el 90% del público que asistía a estas demostraciones eran turistas estadounidenses y el chef hablaba tanto inglés como yo cantonés, es decir, nada.
El chef invitó a mi tío a una de las demostraciones, quien a su vez me invitó a mí. Y fue ahí donde me enamoré de la interpretación. Debo de aceptar que fue amor a primera vista. Cuando vi a la intérprete traducir del francés al inglés, me quedé con la boca abierta y pensé: yo tengo que hacer eso. No sabía cómo hacerlo, no sabía bien qué era, no sabía dónde podía estudiarlo o empezar a trabajarlo, pero lo que supe en ese momento es que tenía que hacerlo, tenía que interpretar.
Así que la razón por la que decidí dedicarme a la interpretación fue simplemente porque me enamoré de ella. Aunque debo de aceptar que no ha sido un romance sin obstáculos, de los cuales hablaré en otra ocasión.